-¿Tere, sabes tú, dónde y cuándo serán los funerales de Sánchez Latorre?
Permanezco muda por un segundo que es un siglo y grito en el teléfono:
-¡Ohhhhhhhhh, no! ¿Murió?
-Estaba viejo y enfermo, es natural morir, me dice Memet para sacarme de mi estupor, tal vez.
Permanezco muda por un segundo que es un siglo y grito en el teléfono:
-¡Ohhhhhhhhh, no! ¿Murió?
-Estaba viejo y enfermo, es natural morir, me dice Memet para sacarme de mi estupor, tal vez.
Lo sabía, por cierto, pero algo en mí se rebela siempre contra la muerte de las personas que he querido y que han sido importantes en nuestras vidas, hombres como él, íntegro, genial, divertido. Valiente cuando se enfrentaba desde la palabra con el poder militar para defender nuestra dignidad de escritores.
¡Cuándo le debemos a Filebo los que fuimos jóvenes en los años 80 y él presidía la Sociedad de escritores de Chile, y todos éramos socios de una SECH que nos representaba y nos amparaba aunque no pagáramos las cuotas.
Lucho como le decían sus amigos, Sánchez Latorre como lo decíamos nosotros, quiso que los escritores jóvenes sintiéramos la Sech como nuestra casa. Nos asignaron una sala grande que da a la calle en Simpson 7 frente a la Escuela de baile del profesor Valero y de la Casa de cena.
Allí nos reuníamos todos los martes. Mientras sesionaba el directorio en la sala principal, nosotros sesionábamos planeando como sobrevivir con versos, cuentos y actos de protesta que siempre terminaban con el guanaco, el zorrillo y otros animales más feroces que se nos venían encima en ese tiempo oscuro que no podemos olvidar aunque insistamos en ello con toda nuestra buena voluntad.
Estábamos todos y nos sentíamos hermanos; no peleábamos por becas ni premios ni cargos ni trabajos, porque casi todos estábamos cesantes, y sin un maldito peso en los bolsillos. ¿Éramos felices? Sin duda que no, pero nos teníamos unos a otros y ese sentimiento nos regalaba el amparo que la dictadura se empecinó en negarnos.
Cuando finalizaban las reuniones, bajábamos a la taberna López Velarde a conversar, a beber, sobre todo a beber y comer empanadas que preparaban la señora Mina y Fernando con paciencia de santos puesta a prueba por esta tropa de dementes que somos los escritores.
Recuerdo que una vez un escritor que ya estaba bien pasado de copas le preguntó al hijo adolescente de doña Mina: ¿Y tú, qué quieres ser cuando grande?
El niño respondió sin dudarlo ni un segundo: "Escritor".
No había terminado de pronunciar la palabra, cuando su madre le dio una cachetada que lo dejó dado vuelta al revés. ¡Qué te vuelva a escuchar decir que quieres ser escritor otra vez, cabro de porquería!
No puedo dejar de pensar que anoche mientras él se iba muriendo, ay, yo lo acompañaba desde un insomnio que no me asaltaba hace tiempo. Curioso me parece ahora cuando leo en el diario la hora de su muerte. A esa hora yo ponía una y otra vez, obsesionada una bella canción de Ismael Serrano:
"Papá cuéntame otra vez, ese cuento tan bonito de gendarmes y fascistas y estudiantes con flequillo. Y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana y canciones de los Rolling y niñas en minifalda (...) Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis, estropeando la vejez a oxidados dictadores y cómo cantaste Al Vent y ocupasteis la Sorbona en aquel mayo francés en los días de vino y rosas. Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia y cuyo fusil nadie se atrevió a tomar de nuevo, y cómo desde aquel día todo parece más feo. Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada, al final de la partida no pudisteis hacer nada. Fue muy dura la derrota, todo lo que se soñaba se pudrió de telarañas..."
Las sorpresas siguen: esta tarde de jueves, cuando acompañemos a nuestro amigo a su nueva casa en Segunda de Tilo en el Cementerio General de Santiago de Chile, yo iré, como tantas veces, haciendo el camino por esa misma callejuela extrañamente llamada Segunda de Tilo, donde también está la tumba familiar con mis abuelos maternos, bisabuelos y tíos que nos cantan canciones de cuna mientras resistimos la vida y ella nos resiste.
Adiós, Lucho Sánchez Latorre, Filebo, Premio Nacional de Periodismo 1983, que te reciban las cortes celestiales presididas por tu esposa, la cuentista Mimí Garfias. Mis cariños a Gonzalo Millán a Jorge Teillier a Enrique Lihn, al tío Martín Cerda, a Jonás, al chico Cárdenas y pídeles que velen por nosotros, oh abandonados.
Amén
7 comentarios:
Me sumo a los saludos a los poetas que est�n m�s all� del umbral.
�Adi�s, Filebo!
Inolvidable Filebo, buenos días.
Soy nieta de Filebo y me emocionaron mucho tus palabras.
No me cabe ninguna duda que mi abuelo está feliz ahora que se reunió con la Mimí y tendrán tertulias con miles de escritores.
Querida niña que emoción recibir tus palabras.
Tu abuelo fue muy importante en la vida de toda nuestra generación.
Te mando mis cariños y mi dolor por su partida, pero también creo como tú que estará feliz junto a su mujer, a la que tanto amó.
no dudes que lo hacen, teresa, siento tu pérdida, lo que cuentas es bonito, qué indignación la madre que pega al niño, la ignorancia que hace daño queriéndose imponer
te beso, te quiero
santi
:-)
Sé de buena fuente que don Luis hizo un intento sincero y expedito por abuenar a De Rokha y a Neruda (a ambos los quería). Esa nobleza, esa afición suya por las "causas perdidas" o "tareas imposibles", es algo que se extraña en estos tiempos ultra
individualistas.
Saludos. Buen blog.
Gracias Amor, gracias Luis.
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