jueves, julio 17, 2008

A Clelia, mi mejor enemiga

Nunca escuché que la muerte era carne de muerte.
Sin embargo te he visto,
fumándote un huiro en la esquina del cité.

Te está esperando,
tu maldad grita en forma de cáncer
y se escurre como una pus violenta en la acequias.

Dicen que ya no robas en las tiendas, Clelia,
que se te van yendo las fuerzas
que tan vieja como estás
tienes miedo que te pillen
y que quiten el botín.
Oh, vanitas vanitates,
te han prohibido teñir las raíces de tu pelo
la quimioterapia y la tintura no se llevan bien pero se llevan los premios,
en la complicidad de los ministerios y los misterios.

Te han visto, Clelia, encendiendo cigarrillos con billetes de cien dólares
tú, la dueña de casa, engrasada en condilomas
y fumas y bebes para que la muerte se confunda
y entre tú y ella, se lleve a sí misma
al averno más negro.

Pero la muerte te conoce hace rato,
y contigo ya nadie se equivoca.

Te quiero, Clelia,
te quiero muerta y repodrida como el gusano que eres.
¡Que tengas una muerte inolvidable!