domingo, diciembre 26, 2010

Una vieja estación de la memoria

A mi padre bienamado que me mira desde todas las fotografías
y desde cada palabra de sus libros.
Feliz Navidad en el cielo de los papás-poetas,
papá, papito, papurri.
                           Papá conmigo en La Serena, 1957

Algún día, hijita, tomaremos un tren en la puerta de la casa para ir a la Quinta Normal, —me dijo papá Alfonso, sonriendo estilo Alan Ladd— y continuó:
    —Cuando yo llegué a estudiar al Pedagógico, venía siempre a este lugar porque estaba cerca de la pensión para estudiantes de provincias y me recordaba el sur con tantos árboles y una laguna parecida a esta, dijo tomándome en brazos.
    Esa tarde, sus poderes de superhéroe batían el agua con los remos que se enredaban en el agua espesa como el chocolate de los cumpleaños en la infancia de La Serena.
    Hoy tomé el metro en la puerta de la casa de Santiago.
    Va rápido, casi vuela, el pelo se me enreda hacia atrás.
    —Estación Quinta Normal —anuncian— y para no perderlo ni perderme, me bajo fuertemente atada a la mano de mi padre, hace 47 años.

Mi hermana Lila y yo en el bar de nuestra casa de La Serena en Larraín Alcalde 1187

lunes, mayo 24, 2010

Dinko Pavlov se llamaba el poeta

Parece que Cartas y Carteras tiene como destino la memoria.
Durante febrero de 2010 nos encontramos con Dinko Pavlov en La Serena, ciudad natal suya y mía. El y yo sabíamos que sería la última vez. Primer encuentro: cementerio de Coquimbo, despedíamos a Susana Moya. Como yo no lo reconociera por la delgadez extrema, y ya sin pelo, se acercó entre las flores, la muchedumbre y los rituales krishna, y me dijo que ya que yo no iba a saludarlo, él venía a la montaña. Impacto que no pude disimular. Dinko andaba con su muy querido amigo, Lucho Aguilera, quien nos llevó a conocer el nicho donde tal vez con suerte descanse Romelio Ureta, el suicida, que no supo o no pudo amar como era debido a Gabriela Mistral, entonces la joven Lucila del valle del Elqui.
Último encuentro con Dinko: Feria del Libro de la Serena. Hablamos de las formas de muerte que nos llegan, esas súbitas que nos dejan a los vivos sin entender muy bien que ha pasado o qué parte de la película nos perdimos, y esas otras anunciadas temibles y terribles que, al menos, ayudan a dejar las cosas en regla y en orden. Me contó algunas cosas que yo no sabía de esos tiempos en que él había sido alumno de mi padre, quien le daba consejos de lecturas a la vez que mantenían diálogos extravagantes e inolvidables bajo la bruma serenense.
Es tan triste ver cómo el mundo se va despoblando de las personas que nos importan y cómo nos vamos quedando sin los poetas, sin sus risas, sin sus locuras, sin su poesía. Atardecía y su mujer le pasó un chal para que se abrigara. Nos abrazamos otra vez sin palabras. Acarició mi cabeza perdida y llorosa en su pecho. Entonces nos despedimos sabiendo que en esta vida por lo menos, ya no volveríamos a vernos never more.

domingo, mayo 16, 2010

Relato con fondo de lluvia

El cuerpo de Antedón fue depositado en una caja de coihue labrada con figuras de pájaros que lo alzarían para llevarlo a la montaña donde los patriarcas van a morir.
Liliana Pualuan 

A mi padre no le gustaba la lluvia. Había pasado toda su infancia en un periplo guiado por mis abuelos, cambiándose de casa y más casas, desde el sur hacia más al sur de este Chile natal: Lautaro, Lota Bajo, Los Ángeles, Temuco. 
    La Serena le regaló después la ausencia de lluvia que, según recuerdo, solo vi una vez cayendo sobre la ciudad oscura de invierno y, por eso, el colegio sorprendido nos mandó de regreso a las casas. 
    Con mi hermana hicimos largo el trayecto, deteniéndonos en algunas pozas que espejeaban el regreso, y las seguimos como migas de pan.
    —¿Cómo se llama esto que pasa? —preguntamos con Lila a mi madre al llegar.
    —Es lluvia, está lloviendo; así se llama lo que pasa —dijo ella, feliz y joven— y jugó con nosotras esa tarde.
    Salgo ahora mientras cae con fuerza el agua sobre el día tan nublado, después de haber leído un cuento de Liliana Pualuan que habla de un pueblo blanco donde están despidiendo a Antedón, el patriarca, que se ha retirado de este mundo al amanecer, dice, porque el corazón se le hizo trizas de dolor a causa de sus hijos. 
    Salgo, dije, y repito el ceremonial de cada día: miro hacia la ventana donde estaba el escritorio de mi padre y nos hacíamos señas, desde un edificio al otro, el par de desvelados, lloviera, tronase o relampaguera. 
    Miro hacia la ventana donde mi padre otra vez y le digo:
    —Dame tu bendición.
    Y se lo digo varias veces con los ojos y la sonrisa, y él hace como los curas una gran señal de la cruz para mí, medio en broma medio en serio, porque él no creía en otra cosa que no fueran los libros ni la escritura, y yo me voy feliz.
    Miro otra vez hacia su ventana y solo veo la jardinera con las plantas secas como si hubiera pasado de repente el desierto a darle un golpe. Decido que no volveré a mirar y cambio el camino y cambio la dirección de mis ojos. Pero vuelvo a verlo en las pozas que ya han empezado a formarse ahora.
    Y cuando siento que he encontrado un poco de sosiego, vuelve el peligro: un bus escolar, dos ambulancias en Apoquindo, un carro de bomberos, y pienso en los padres de esos niños que iban al colegio como todos los días, que tal vez se enterarán después que yo, una ajena que iba pasando por ahí de pura casualidad, de que ya no hay hijos, o que los hay, pero que el mundo es peligroso porque la vida es peligrosa y escucho a mi padre decir con su voz siempre segura aunque se estuviera muriendo por dentro:
    —Niñas, ustedes son sobrevivientes de la infancia, gracias a mí, que andaba detrás de ustedes, sacándoles los dedos de los enchufes, quitándoles los fósforos y las tijeras a la Lilita para que no descalabraran la casa; todo el tiempo rescatándolas de los triples saltos mortales que practicaban arriba de las camas, y los vuelos sin capa ni espada que intentaban en La Serena desde el primer piso al subterráneo…
    Y, así, iba enumerando una larga lista de salvatajes protagonizados por él, nuestro héroe de infancia, adolescencia, juventud, madurez que no alcanzamos y tiempos viejos que se nos vienen encima como el gas grisú y la nube de cenizas del volcán de Islandia sobre nuestros años que nada tendrán de dorados.
    Y no pudo seguir socorriéndonos. Por eso le estalló su corazón después que pasaron las lluvias y el sol de agosto tan esquivo lo golpeó  certero.
    Sin bendiciones, o con bendiciones que yo me invento, salgo a la calle hoy como todos los días y pienso en Antedón, mi patriarca que ya nunca más ni dónde está.

domingo, abril 11, 2010

Es abril en Córdoba

Gracias Colombine, por haber sido tan buen Cicerone en abril de 2009 y haberme guiado por una parte de la historia de su patria que tanto he querido.
 Fotografía: Fortunata

Es abril en Córdoba. Me lo recuerda Colombine, mi amigo poeta español. Entonces subo en la máquina del tiempo y emprendo el regreso al congreso de poetas. Me reciben los puentes, los árboles, la mezquita, los ríos y las estrellas. La poesía camina por las calles y el cielo es profundo y azul. A ratos llueve y hace frío, pero el sol siempre regresa.
Estoy ahí otra vez. Me emociona saber que podré conocer personalmente al Heraldo del Reyno de Lear que conducía el gran teatro del mundo y reencontrarme con la cuidadora de gansos que canta sus tristezas en las soledades del campo. Yo sabía que ese Reyno viajaba como una ruina en mi alma, y el recuerdo de Lear me llenaba de lágrimas a ratos.

Y vuelvo a tomar ese tren para encontrarme con mi amigo en Sevilla, una mañana de miércoles en esa estación donde amanecían las flores, el sol intenso. Primero buscar a Colombine o dejar que me encontrara para hacer juntos esas largas caminatas por las calles angostas donde aún permanecían restos de la semana santa que recién terminaba de pasar.
La historia volverá a repetirse en esta vida, lo sé, aunque seamos vagos fantasmas de nosotros mismos.

martes, marzo 30, 2010

Cumplo 55 y nací el 55

La Serena, febrero de 2010
Desperté a las 4.40 de la madrugada. Justo a la hora exacta de mi nacimiento en La Serena hace 55 años. Me extraña ver la hora. Me levanto y salgo a la terraza a fumar un par de cigarrillos. Miro al cielo como siempre buscando respuestas; me detengo con un ojo invisible a mirar la disposición de los astros que no puedo ver. ¿Hay alguien en esa bóveda? ¿Alguien me estará mirado?
Sola en la noche más negra aunque haya luna inmensa iluminando las sombras.
Cuando el reloj marque las 7:00 de la mañana, habrá una cosa cierta: no estará mi padre para decirme por teléfono con voz desconcertada: "Hija... otro cumpleaños: cuando yo cumplí 55 estaba"... etc., etc.

Ahora que mi padre es un puñado de cenizas me habla como el Fénix renacido y escucho su voz que pregunta ¿ya estamos desvelada otra vez? Entonces enmudezco ante el suceso insólito de su ausencia eterna y pienso en decirle loque siempre le dije: "Desvelada yo y desvelado usted". Ahora ese espacio suyo en el edificio de enfrente, ha quedado vacío para siempre de sus ecos. Y solo puedo decir: "papá, estar de cumpleñaos no es tan terrible". Y él habría dicho: "Cierto, hija, no es tan terrible... es peor. En todo caso, Feliz Cumpleaños". Y yo habría respondido mintiendo que me encantan los cumpleaños y que no me traspase su desazón, porque a mí sí que me gusta la vida y creo que la tierra es un buen sitio para estar de paso, aunque no sea seguro, y que este febrero haya terremoteado sus ciudades del sur donde él vivió y las que tanto amaba.
Pero él y yo sabemos que en todo eso, ambos estábamos mintiendo.
Feliz Cumpleaños, Hija del celeste Imperio.
Feliz Eternidad, Padre Sol. La batalla por los años continúa acá abajo.

jueves, febrero 11, 2010

Mi papá dijo en "Cayó una estrella", Diario, RIL Editores


La Serena, 1/ IV/ 1955
Ayer nació mi hija Teresa. ¡Qué extraños los sentimientos de paternidad! “Algo es de uno”, parecería ser lo primero que se dice, y sin embargo la posesión no es la de un maravilloso objeto natural, sino de sentirse dueño de un trozo de cielo, de una orilla del río, de una estrella lejana. Dormí con ella, porque Lila está muy agotada, la niña tenía frío y parecía temblar. En una cama lateral, abrazados, sentí que ella y yo éramos una unidad perfecta.

Al amanecer llegó a lavarla la maldita matrona y sugirió que debía tener algo en el píloro, pues vomitaba algo oscuro, digería mal. Más tarde viene el médico, le digo y sonríe: “¿Quién le dijo eso?" Le explico que la matrona. Me respondió: "¡Tonterías!", fue un parto difícil, tragó algo de líquido amniótico y eso fue todo y yo echo a descansar. Pienso, para no aburrirme, que el hospital es una isla. Que hay en ella sitios desconocidos. Miro los muros y descubro las famosas manchas en la pared a que alude Leonardo da Vinci en sus notas. Puedo darme cuenta del poder de la imaginación del artista. Veía en ello el núcleo de una creación a partir de un estímulo externo que se busca sin saber cómo ha de operar sobre nosotros. Había una mancha, tenía forma de un río largo que se cruzaba consigo mismo, en medio de una serie de fragmentos. Pienso en fagocitos blancos, en caravanas comandadas por Johnny Mac Brown, el ex-jugador de fútbol americano que se hizo cowboy del cine en cuanto le falló la rodilla. Johnny Mac Brown va rumbo a Oregon. Entran las enfermeras, salen las enfermeras. Lila dice que fue una carnicería la que hicieron con ella. Le explico que son gajes del oficio. Me dice: "¡es que no te tocó a ti!". En fin, hay que decir algo, pero no sé qué más. La comida del hospital prepara para las operaciones aún a los que no tienen que operarse. Cobran como si fuese hotel de lujo, pero deben dormir ratas, tres trozos de lechuga; un puré aguado con lo que llaman una croqueta, que es piltrafa pura, y al final un durazno picoteado por la vida, como algunas paicas del tango. Oigo a una estúpida que habla en el pasillo de unas damas distinguidas que venían a hacerse examinar por un médico, el doctor X, y terminaban acostados "como dos párvulos". ¡Qué idiotas! ¿Cómo se acuestan los párvulos? Ellos duermen; el doctor y la señora distinguida, no. El asunto sigue. Una dice a la otra que hay gente histérica, que por un parto hacen un escándalo como si fueran a romperse porque van a parir una de las estatuas de la Alameda, y salen con un ratón debilucho que es una miseria. Comienzo a sacar cuentas del despojo del Hospital. Tengo deudas hasta para el día de Pascuas.Debo preparar una clase sobre Alfonso X el Sabio. No sé dónde encontrar la Grande e General Estoria. Me gustaría citar algunos párrafos en clase; pero, a lo menos, tengo algunas de las Cantigas, dos o tres descripciones de los lugares que él estima convenientes para hacer las clases, cómo deben ser tratados los maestros. Además, algo de las Tablas Alfonsíes. Canciones de Luis Castro entran por la ventana. Caminaré solo. Calor, sed, pánico de las deudas. No es poco para pensar. Teresita está mejor.

La Serena, 14/V/1955
Mi hija crece a diario. Por momentos me quedo mirándola, tratando de adivinar qué va ser de ella mañana, cuando crezca. ¿Se propondrá entender cómo somos, en la alegría o en la desdicha, en la paz o en la guerra, sus semejantes? ¿o le dará por meterse en la madriguera de la costumbre, de lo establecido, pensando en las joyas o en vivir sintonizada a lo que ocurre sin necesidad del uso del pensamiento? Lo único que deseo es no verla con visitas al "otro", a ese alter que produce como resultado poco más que la "alteración". A ello, si me fuera posible elegir su destino, la quisiera ver rondando la otra salida, la que atiende al ensimismamiento como el mejor capital. Hoy, ha mirado lentamente una ardilla de juguete y la ha levantado en dirección al sol, como si fuese la cabeza de un sacrificado.

La Serena, 2/IX/1955
Aprovecho el hermoso día soleado y llevo a mi hija Teresa a que el viento la zarandee, eternizando este momento. Se ahoga un poco y debo ponerla esquivándolo. Ya vendrá un día en el cual yo pueda decirle: "¡Haz! ¡Ahora te toca a ti!" Mi pequeña Dama de Elche sonríe y se vivifica.

miércoles, febrero 10, 2010

Emotivo recuerdo de Alfonso Calderón por Jilberto Molina

DON ALFONSO.
    A las 10 de la mañana del 11 de agosto de 2009, con Fernando Arriagada, Peté, Alfredo Apey y Andrés Nazer estuvimos presente en la casa central de la Universidad Diego Portales rindiendo con nuestra silenciosa presencia un homenaje de afecto y reconocimiento a don Alfonso; Ricardo, Marcelo, Galvarino y otros liceanos estuvieron antes o después; asistíamos al velorio de nuestro exprofesor de Castellano y posteriormente gran amigo, don Alfonso Calderón Squadritto en la década del cincuenta, en nuestro amado LICEO DE HOMBRES DE LA SERENA; él, con gentileza nos distinguió con su cara amistad.
    No escribiré sobre su trayectoria. Ya se ha escrito sobre ella. Éstos, más bien son recuerdos personales.

Alfonso Calderón Squadritto en La Serena 
En 1952 nuestra sala del Segundo B de Humanidades estaba en un rincón de la vetusta Casona de Cantournet, cuyo lado sur poniente tenía una pared semi destruida; colindaba ella con una en cuyo piso yacían como en un ‘campo-non-santo’ esparcidos y amontonados o desparramados, libros antiguos semi arruinados de teología, filosofía, poesía, historia, química y otras ciencias relacionadas con la biología humana, vegetal, animal, o con la ingeniería de la construcción y sobre todo de la minería; (recordemos que don Ignacio Domeyko llegó a Chile a pedido de las autoridades regionales directamente a La Serena para trabajar en nuestro establecimiento educacional); junto a ellos en este basural de la cultura estaban siete frascos de vidrio de diversos tamaños con pequeños “seres humanos”, llamados despectivamente “fetos”, en su interior: sepulcros de cristal arrinconados sin destino. Pareaba esta sala con otra en la que había un pequeño zoológico de animales embalsamados que compartían su triste cementerio con varios “cachureos históricos”. Conste que ese año había una autoridad educacional que ‘según decían era’ abogado, profesor de Historia y Geografía, que leía alemán, inglés, francés y castellano, y amigo del Señor Presidente de la República; qué lástima que no le solicitara unos dinerillos para restaurar la sección deteriorada del edificio y recuperar y cuidar lo que estaba negligentemente botado por ignorancia supina.
    Bueno, el liceo se mantenía gracias al terrible ‘mono’ y al ‘pórrich’; el primero, el Sr. Inspector General Don Hernán Santana y el segundo, el Sr. Vicerrector Don Eduardo Campos, profesor de Inglés, que dicho sea de paso tenía unas preciosas ‘vicerrectoras’.
    Ahora entro a lo que iba; lo anterior era el escenario de nuestro primer encuentro con el que llegó a ser nuestro amigo.
    Se abre la puerta de la sala, entra el mono Santana, nos ponemos de pié instantáneamente como si hubiéramos estado así y en silencio; tras él aparece un chico petizo, rucio, ojos claros, entre tímido y sonriente en brazos del gran libro de clases; afortunadamente la mesa del profesor estaba sobre una tarima; tras ser presentado como el nuevo ‘Sr. Pfr. de Castellano don Alfonso Calderón Squadritto’, el señor Santana se retiró sin más explicaciones.
    A don Alfonso realmente lo quisimos, lo apreciamos a pesar de que nos hacía sufrir con la exigencia de listas de vocabulario, de resúmenes obligatorios de la lectura de un libro semanal y las respectivas pruebas o controles de lectura, el comentario y el análisis literario; y por supuesto que se atacaba la gramática, la métrica, la poesía, el buen hablar, el buen decir, la dicción, la correcta pronunciación.
    De paso, cómo no recordar la amistad de Alfonso Calderón y Jorge Peña, dos socialistas que sin hacer proselitismo pero unidos por amor al arte deleitaron a la ciudad de La Serena en varias Navidades con los Villancicos y Retablos de Navidad interpretados por la orquesta, coro y actores de la Sociedad Juan Sebastián Bach.
    Bueno, al hacer un alto en estos recuerdos, diré lo agradecido que estoy por la amistad que me brindó don Alfonso como mi profesor de Castellano en el liceo, de Literatura Chilena y de Seminario de Título en la Universidad de Chile; cómo no reconocer su bondad cuando prologó mi libro-poema “DEUDA A JORGE PEÑA HEN” y que después presentó en la Biblioteca Nacional.
Gracias don Alfonso.                                                
pfr. Jilberto Molina Rojas.
Alfonso Calderón  y Jorge Teillier en La Serena














Alfonso Calderón y "La pandilla serenense estilo siciliana"

jueves, febrero 04, 2010

Cementerio de Coquimbo 4 de febrero de 2010

Hoy estuve en el funeral de Susana Moya en el Cementerio de Coquimbo. Al llegar a la Casa de la Cultura de La Serena, Marcela Reyes, mi amiga poeta, me informó de la repentina muerte de Susana. Me invadió una tristeza enorme al constatar cómo Chile ha tratado a sus poetas.
Ella no se merecía un final como éste, desencantada y casi en la inopia. Chile le debe mucho a sus poetas. Sin embargo, a los gobiernos de la Concertación le hemos importado harto poco. Han sido más relevantes los saltimbanquis y tragafuegos, las muñecas absurdas que duermen mientras miles de santiaguinos más absurdos aún, esperan a que despierte; hay gigantes y cosas muy estúpidas que movilizan con pan y circo, porque a estos gobiernos, tal como al de Pinochet, no les interesó jamás que existieran los hombres y las mujeres de palabra, de la palabra en la palabra, con ella y desde ella para decir el mundo poética y críticamente, que es la única manera que es posible de decirlo y habitarlo.
Es una deuda histórica la que tiene este país con sus escritores. Y ya es hora de ponerse firmes y defender lo que nos corresponde porque un país sin poetas no es más que una tierra baldía.
Hasta pronto, Susana Moya, ya nos veremos donde quiera que se trate bien a los poetas, es decir con dignidad y con respeto a este trabajo que hacemos desde la sombra.

domingo, enero 31, 2010

Marito Valdovinos: ¡en el oeste ya te habrían balaceado y te lo dije!

TECHI.
Techi, Chani, Flo, Pat, Noel, Jesu, Pili, Cata, Cam, Dan, Bir…

Esa era mi chica, Peggy Sue, como cantaba Buddy Holly. Venía malito el Tarot, pero da lo mismo, Leonor no de Aquitania, sino del barrio San Diego; Aldonza Lorenzo del colegio de monjas, el Santa Rosa, tú que pedías que en los años futuros te lo pasaran en cruz para que no fuera pecado, ahora que llegaron y pasaron los  años venideros y no quedó títere con cabeza y ninguna, salvo tú, pudo ser soberana de ningún reino sobre el mar, allí están tus alucinados papeles, y todas se hundieron en las brumas de la locura y parieron sus hijos en hospitales públicos, nunca reinas del tablero de ajedrez, del que sepa Moya quién mueve las piezas, sino temporeras, obreras, costureras, profesoras y bailarinas de quintas de recreo, te aviso y te prevengo que esperaré tu funeral, no un jueves, en París y con aguacero, sino en el Parque del Recuerdo de Santiago. Voy a caminar por la Avenida de la Paz con un tocacintas y un casette de Albinoni y me sentaré en tu tumba a escuchar el Adaggio. Pondré sobre tu lápida la carta del ahorcado, con los pies hacia abajo.
Tú  sabes, Peggy Sue.
Enero 09.

lunes, enero 25, 2010

Una canción para entibiar el alma

Valparaíso es un carnaval, mientras tanto yo...




Y si hablamos de felicidad: yo olvidé el significado de esa palabra. Si hablamos de tristeza, la tristeza soy yo. Yo soy un dolor inmenso que camina por las calles esperando su turno en esta gran sala de enfermos terminales que es la vida.

viernes, enero 22, 2010

Estoy muerta y soy feliz


A Gregorio Angelcos

Fue en invierno.
Fue tu amor
mi piel desnuda,
un bosque de eucaliptos
el embrujo de las tardes,
el viento, el sol profundo.

Tú leías cuentos en las noches
para mí
yo tejía una bufanda en las mañanas
para ti.

La comida brotaba de tus manos
yo bebía de tus besos
y el mar rugía de tanto invierno
frente a la cabaña y el cobijo.

Allí quedamos vagando
adultos fantasmas
buscando la plenitud
que se escurría
entre las manos polvorientas.

Fuimos los anulares libres
Dos nombres sorprendidos.


lunes, enero 18, 2010

Orfandad presunta


Pedazos de mí
se desgañitan
en la rueda
gigante de la fortuna
o del infortunio
que ya es lo mismo
o casi igual.

Nacida del pozo profundo
de la tristeza,
una suerte de soledad
que nace
o no nace
porque es infinita
o es eterna.

Sin padres
ni hermanos
ni abuelos
ni amigos,
en estas horas largas
como cuerdas de acero
en mi garganta,
sólo tu amor es cobijo.

Entonces recapacito
y veo que el sol aún brilla
en los espasmos de una tarde
que se muere.

martes, enero 12, 2010

Elegía a doña Juana la loca


Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.


Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.



Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.

Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto,
como alondra que mira quebrarse el horizonte,
se torna de repente monótono y amargo.


Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.


Tenías la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo,
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!


Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente,
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.


Y, sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristeza sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.


Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!


¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos exhaustos...
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?

 
En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!


Eloisa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla

a dormir entre nieve y ciprerales castos.


Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios; la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!


Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,

la de la niebla azul y el arrayán romántico.


Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Federico García Lorca

lunes, enero 04, 2010

¡Feliz Cumpleaños, Hijo Mío!


Hijo querido, pienso en qué puede decirle una madre a su hijo que cumple 35 años, sin recordar ese domingo caliente del 5 de enero de 1975 cuando ambos estuvimos a punto  de morir. Pero le ganamos por puntos a la vida y aquí estamos. Tú un poeta extraordinario y yo, una mamá enamorada de su creación mayor.
Feliz cumpleaños, hijo querido de mi corazón, pequeño Oaki...

sábado, enero 02, 2010