miércoles, febrero 20, 2008

Cuando conocí a Fidel Castro

Miro en la televisión cómo pasa la imagen de Fidel Castro en fotografías que miran desde la pantalla a todo el mundo y todo el mundo lo mira. Él, Fidel, quien fuera un pequeño niño "nacido en cuna de oro", como decimos en Chile; un pequeño niño hermoso que va creciendo en secuencias, acaso menos rápidas que la vida misma. Y luego está allí, ese joven apuesto, voluntarioso, idealista y decidido; más tarde un revolucionario con su uniforme verde oliva y un eterno puro entre los labios, hasta volverse frente a nosotros, en menos de tres minutos, en el anciano de voz débil y estragado por la pátina de la vejez ineluctable que anuncia que "abandona". El tiempo le ganó por K.O. ¿O por puntos? ¿O por años, meses, "edades ciegas, siglos estelares"?

Lo recuerdo en Santiago de Chile, el año 1971, junto a Salvador Allende saludando nuestra "revolución en libertad" que devino en sangrienta dictadura militar apoyada y financiada por la Derecha chilena -hoy Renovación Nacional y UDI; gran parte de la Democracia Cristiana, que se hace la lesa, ahora, y por los Estados Unidos de Norteamérica off course. Ya no hay misterio; los documentos, antes secretos, ya fueron desclasificados hace rato, y la verdad se asoma con todo su patetismo. Pero en realidad lo que me importa es contarles a mis amigos y visitantes de este sitio cómo conocí, junto al rey Lear, a Fidel Castro, Fiel Fidel en la misma Cuba.
Así comienza mi historia:

—Levanten la mano todos los que quieran ir al encuentro con Fidel, mañana.
Silencio absoluto en el bus anclado en medio de la noche en la ciudad de Matanzas.
Regresábamos de una presentación de baile y música afrocubana. Habíamos visitado, entre muchos otros lugares históricos, la farmacia Triolet, traída desde Francia, cada madera, frasco y yerba; no sé por qué me recordaba la farmacia de Monsieur Homme, quien le vendió el arsénico con que Madame Bovary resolvió su vida.

—Y bueno, chico, levanten la mano todos los que irán al encuentro con Fidel. 22 personas. Los jurados y sus esposas.
—¿Y el esposo de la jurado? –preguntó el mío.
—También pues, Tomás –dijo Juan Meza-. El esposo de la jurado, también.
Y agregó:
Fidel quiere reunirse con el Jurado de Casa de las Américas 2000.

Al atardecer, después de mantener el misterio acerca del lugar en donde sería la reunión, y darnos vueltas hasta marearnos por toda La Habana, el bus se detuvo en el Palacio de las Convenciones. Todos íbamos emperifollados hasta el año entrante y en silencio. Cada quien traía en su memoria, imágenes del pedazo de historia que conoceríamos. Nos pidieron carteras, abrigos y cámaras. Los hombres eran inspeccionados por unos cubanos que ni te cuento. Hasta el gorro les quitaron a quienes se los ponían.

Antes de entrar a un gran salón, buscamos nuestros nombres en el plano de ubicación de la mesa presidencial. Aparecieron unos mozos buenos mozos ofreciendo diversos tragos. Tomás buscó su imperialísima coca cola y yo me dediqué al jugo de guayaba.

Un, dos tres, momia es. Después de dos horas de espera, todos de pie, nosotras arriba de los tacos, nadie se movía del lugar donde estaba y un hombre nos dibujaba sobre una cartulina. Me acordé de alguna película. De golpe se abrieron las puertas de par en par, como suele decirse, y entraron soldados o guardias, no sé muy bien qué serían, pero les aseguro que estaban bien armados y con unas caras que te las encargo, de ir a la pelea sí o sí.

Detrás de ellos, casi como una aparición de una estrella de cine, entró él, por fin, Fidel, fidelísimo en persona. Enorme, imponente, erguido, dueño de sí como un verdadero monarca.

Roberto Fernández Retamar, poeta de los más grandes después de Martí, fue presentando a los jurados, uno por uno. Saludo formal, apretón de mano, foto oficial. No alcanzó a decir Teresa Calderón cuando yo ya estaba enredada en sus brazos, dándole besos en las mejillas y diciéndole a gritos, qué emoción qué emoción, usted es un ídolo una leyenda, un héroe, ay, qué emoción, me voy a morir.
—¿Chilena? –me preguntó. (No sé por qué siempre me preguntan lo mismo).
—Síiiiiii, ¿cómo se dio cuenta? (yo ahora pensaba que Fidel además podía ser un mago y adivino).
—Porque las chilenas son así.
—¿Así cómo, a ver?
—¡Así!, y sonreía mirándome y moviendo sus manazas desde la nariz hacia los bordes de la cara, así como usted, terminó diciendo frente a la risa de todos los que allí esperábamos nuestro turno para ser presentados.

La presentación con Thomas Harris fue especial. La mirada en la fotografía lo dice todo, creo, pero ocurrió que se miraban sin soltarse las manos:
—Y usted, dice Fidel, es gringo, ¿qué hace aquí?
—Es chileno también, aclara Fernández Retamar, y además de poeta, quien ganara el Premio Casas hace dos años, es el marido de la poeta que le he ha hecho tantas gracias recién...
Thomas me contaba esa noche, mientras repasábamos cada episodio en nuestra memoria, que cuando le llegó su turno, se acordaba de cuando era chico en La Serena y su tía Laura le hablaba de Fidel Castro que se comía a los niños y mataba a las monjas y a los curas, esos curas iguales a los del Seminario Conciliar donde el niño Thomas iba a clases.

Luego se alejó un par de metros y empezó a hablar; nos miraba fijamente. No recuerdo bien qué decía porque yo estaba con cara de boba con la sonrisa pegada y los ojos abiertos como ruedas de molino, pasándome la película de estar frente a un hombre que seguía resistiendo a pesar de la evidencia cruel y absoluta que había derribado acaso para siempre toda utopía.

Sentados alrededor de una mesa gigantesca, con albos manteles bordados, cubiertos de plata, copas de cristal, vinos blancos y tintos, jugos sabrosos y perfumados, sirvieron la entrada: una naranja gigante, pomelo, en realidad, abierto arriba como cabeza destapada por un neurocirujano. Como nadie hacía nada, Fidel, tomó la cuchara y empezó a cavar adentro de la fruta. Desde luego todos hicimos lo mismo. Donde fueres, haz lo que vieres, recordé.

Casi a la hora de los postres, Fidel quiso saber cómo nos había ido al jurado. La pregunta activó a mi colega de Bolivia, cuyos bigotes nietzcheanos le daban un aspecto curioso a ese rostro de rasgos que delataban sus ancestros tan americanos:
—Al menos en ensayo hemos dado con la obra ganadora. Ciertas teorías feministas han demostrado que la obra a la cual me refiero se remite a Antígona, decía refocilándose en ese fluir discursivo que se oye a sí mismo.

El Presidente no lo dejó terminar y le preguntó irónico:
—Alguien me podría explicar lo que ha dicho este caballero, porque yo recién voy en La Odisea.

La mayoría intentó disimular, pero hubo otros, entre quienes me incluyo, que estallamos en un ataque de risa y guiños maliciosos.
Más tarde, un mozo abrió una caja de habanos, Fidel tomó uno y así fue ofreciendo a todos los comensales (ahora fumensales). Antes de llegar mi turno, el poeta cubano, sentado a mi lado, me pidió, dando por supuesto que yo no fumaba puros, que tomara uno de la caja de Fidel y después se lo diera a él.

Cuando el habanero me mostró la bandeja con varias cajas de madera con puros de distintos tamaños, yo haciéndome la loca, tomé 4, dos de la caja de Fidel y uno de las otras. Demás está decir que todos los puros se vinieron conmigo a Chile. Los de la caja de Fidel tuvieron su destino: uno en mi cofre de recuerdos y otro para el poeta maestro Miguel Arteche.

Durante el café, tres de la mañana, Fidel se levantó de la mesa porque en el salón contiguo lo esperaban desde hacía horas, un grupo de personas que estaban a cargo de la organización de un acto multitudinario que se llevaría a cabo al día siguiente. Se trataba de mostrarle al mundo que al niño Elián González se lo traían de regreso a Cuba sí o sí... No iba a quedarse en esa gusanera de Miami, así lo pronunció el presidente: Miami, la gusanera de Miami.

Yo me moría de sueño y miraban a este hombre que ya había cumplido todos los años, con cuerda para rato y una energía que se la quisiera un veinteañero. ¿Dormiría Fidel? Dijo que cuatro horas era tiempo suficiente para él, no se necesita dormir más, dijo, pero al parecer esa noche no dormiría ni siquiera una hora porque el acto de Elián sería muy temprano.

Y como un Cecil B. de Mille cualquiera, anunció que llenaría el Malecón con una marcha de mujeres: primero irían las madres, después las abuelas, y más atrás las hijas. Todas llevarían banderas cubanas y se preocuparían principalmente de mirar a las cámaras de la CNN, así todo el mundo vería cómo reclamaban los cubanos.

Terminó de hablar, se despidió y se puso de pie. En un arrebato de esos que me vienen cuando la razón se me ha quedado en la casa, tomé la tarjeta con mi nombre desde la mesa y corrí donde Fidel para que me la firmara.

Le dio mucha risa, mientras los soldados se acercaban a proteger al presidente de esta mujer, que sin portar armas ni malas intenciones parecía más peligrosa que mono con navaja abrazando y acosando al presidente.

Me miró con mucha dulzura y vanidad también, y me dijo:
—Pero niña, si eso es de artista de cine, cómo voy a andar firmando autógrafos –decía riendo con mayor fuerza.
—No será artista de cine pero lo parece, le dije. Además usted es un héroe y yo quiero tener su firma.
—Déjeme la tarjeta y se la mando mañana, dijo tratando de escapar a mi acoso.

Tomás me tiraba del brazo, y murmuraba algunas palabras que no le entendí. Todos los demás miraban en un silencio tan silencio que casi se oía.

—No, mañana es nunca, le dije, tiene que ser ahora, se lo ruego, plis, plis, plis.
—Me volvió mirar a los ojos, pasó su mano grande por mi pelo y respondió:
—¡Ay, estas mujeres que todo lo consiguen con sus moditos esos que tienen!

Y puso su firma en mi tarjeta y sus ojos dulces en mi corazón para siempre.

domingo, febrero 10, 2008

Cuentos de Reinaldo Marchant

La Chascona, casa de Neruda, durante la presentación del libro de Marchant

La publicación de un libro siempre es una buena nueva, digna de celebración y canto. Y qué pocas veces nos detenemos a pensar en la dedicación profesional a esa obsesión maravillosa, esa enfermedad feliz de ser escritor. También sabemos qué significa andar con un libro en la mente al que no podemos abrirle las compuertas, porque no nos alcanza el tiempo y andamos como el conejo blanco de Alicia mirando su reloj y diciendo: “Me voy, me voy, se me hace tarde hoy”.

Las orillas del río están llenas de murmullos ha titulado Reinaldo Marchant su libro de cuentos breves. Me gusta y me llama la atención el título y, por supuesto, cada uno de los cuentos que lo componen. Todo el mundo, sus orillas, sus centros, sus silencios incluso, están llenos de murmullos que pueden oír los escritores que tienen oídos para oír… entonces cada cual se hará cargo de ellos como le esté destinado hacerlo.
Reinaldo Marchant, Teresa Calderón, Raúl Zurita

A Reinaldo lo conocí cuando ambos éramos estudiantes de Literatura en la Universidad Católica, glorioso Campus Oriente. Por supuesto, mi amigo es más joven, aunque no se note. Yo estaba ya saliendo, cuando se hablaba entre los profesores y los estudiantes, del joven Marchant, un alumno que escribía novelas, unas inmensas novelas: inmensas en su doble acepción: voluminosas y contundentes. A mí, me hablaban los títulos de sus libros, extensos y poéticos. Luego me encandilaba entre sus páginas, y ya sumergida entre tanta historia y un lenguaje subyugante tan cercano a la poesía, sentía que había un espacio misterioso e intransitado, que este joven escritor me abría con sus palabras.
Omar Pérez Santiago, Reinaldo Marchant, Ángela Jeria viuda de Bachellet y otros asistentes a la presentación del libro Las orillas del río están llenas de murmullos

Esta reciente publicación sale de la novela para venir al cuento breve, lo que logra con la misma maestría con que ha sido capaz de llevar una historia de la mano, desde la página uno a la cuatrocientos. Las orillas del río están llenas de murmullos es un libro dividido en dos partes y compuesto por 81 cuentos plenos de murmullos y susurros de alto vuelo poético. Leo algunos títulos: No tuve nada y fui dueño de los murmullos, Las aguas cantaban a mis murmullos, Derrumbaron las torres y supliqué cuando mis murmullos se volvían de colores, decía, ¿Por qué nadie cree en los murmullos?, Murmullos en el corazón de un árbol, El lenguaje de los murmullos que nadie escucha, En el paraíso habitan los murmullos… Estamos entonces en este libro, como se está en un mundo pleno de sonidos, medias palabras y entre líneas; en definitiva, soberano lector, aunque quieras huir o dejar de oír, te encontrarás con los murmullos a boca de jarro…
Darío Oses, Ángela Jeria, Teresa Calderón y Reinaldo Marchant

Creo, sin duda, que mi amigo Marchant seguirá ahora, con la poesía como el transeúnte natural que va por el camino de la literatura, que al igual que el camino al cielo está plagado de espinas como nos enseñaban las monjas en el colegio. Si nombro el cielo y ciertas ideas acerca de la divinidad es porque la lectura de este libro las suscita en mí, y siento que cada cuento coincide exactamente con el título de uno de ellos: He tocado lo sagrado, y he sido desmesuradamente feliz.

Cuentos breves, inolvidables y de antología, nos regalan tardes de esplendor en medio de los dolores cotidianos y de las merecidas calma y sosiego que la sociedad ahora pareciera negarle a sus escritores. Pero aquí estamos con Neruda, en cuya casa su espíritu burlón nos apunta desde las orillas y rincones, mientras sopla, ruge y susurra por todas partes, como han quedado susurrando en mis oídos los cuentos que Reinaldo Marchant presenta hoy 22 de enero del año 8 del nuevo siglo y milenio.

¡Salud, compañero del alma!

Celebrando en el Venecia en Bellavista: todos juntos y revueltos
Andrés morales, Mauricio Barrientos, Reinaldo Marchant, Omar Pérez Santiago, Roberto Araya y señora
Guitarra en Venecia

miércoles, febrero 06, 2008

La gran comedia de Chile en tres actos

Tito Alvarado dixit

Acto I

La filosofía de Condorito

Dice el dicho que tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe. Ya nadie va con un cántaro de greda a buscar agua al río o a la vertiente. Casi todos tienen utensilios más cómodos y menos fácil de romper. Quienes viven en las ciudades tienen agua corriente al abrir una llave. La modernidad ha anulado la vigencia semántica de ciertos dichos, sin embargo su valor reside en la enseñanza que ellos conllevan. En este caso es que a mayor cantidad de movimientos repetitivos, mayores posibilidades de salto, de cambio de calidad.

Pero de nada sirve el dicho, resumen de la experiencia popular, para los expertos que han estudiado en otros idiomas realidades resumidas en libros, realidades vistas por ojos que no comprenden la forma de ser y hacer de la gente del paisito. Luego estos ilustrados llegan al país real y se encuentran con que en sus libros no figura Condorito. Así de simple. Entonces se ven confrontados a una realidad que siempre va por otro camino, pero ellos se obstinan en sus ecuaciones y cálculos y fotos y páginas sociales.

Estaba Condorito en su casa pobre, afuera llovía y adentro también. Vemos en los cuadritos varios tarros para contener el agua de las goteras. Llega su compadre Don Chuma y al ver la deplorable situación del ex nuestro popular personaje, sorprendido, le pregunta:

- ¿Compadre, porqué no arregla el techo?

Condorito, en su irrefutable lógica, le responde:

-No puedo compadre, está lloviendo.

Don Chuma insiste con otra pregunta:

-¿Y cuándo no llueve, compadre?

Condorito le entrega una respuesta irrefutable:

-¿Y para qué compadre, si cuando no llueve no lo necesito?

Esta es la filosofía con que enfrentan los problemas del país quienes tienen como trabajo preocuparse por las soluciones, salvo que los muy papas fritas creen que son galanes de un drama de tres de la tarde o salvavidas en una playa privada: sus verdades son las únicas verdades y ellos deben estar siempre en la foto. Pobres tipos, nadie les ha dicho que todo es efímero.

Hay en el país una crisis de identidad. Los valores fueron profundamente trastocados por diecisiete años de dictadura militar, luego en los años de supuesta democracia se ha recurrido a la lógica de Condorito, como ahora no llueve no se necesita arreglar el techo, no se necesita emprender la recuperación de los valores nacionales. ¿Y cómo podrían hacerlo si sus mejores rostros (los de la concertación y los de la alianza) son egresados de los reformatorios gringos?

Hoy el pensamiento profundo de los dirigentes en ejercicio y de la supuesta oposición tiene el inconfundible sello de haber sido formateado en lo que es mejor para quienes están en el poder y lo mejor para ellos es estar bien con el imperio. Poco importa que el cobre ya no sea chileno, poco importa el desmantelamiento paulatino de la industria nacional

Entonces tenemos que puede haber veinte o treinta mil millones de dólares de ganancia del país, y las compañías mineras se llevan el doble o el triple, y ellos felices y contentos invirtiendo ese sueldo de Chile en asuntos que no inciden en el desarrollo del país, ni mucho menos pensar en arreglar los míseros sueldos de la gente que tiene la mala fortuna de depender de su trabajo.

Habrá que recurrir a otro chiste de Condorito, para ilustrar la incapacidad de la gente de vincular sus problemas diarios a las políticas que aplican quienes en teoría tienen el deber de velar por los intereses del país y no lo hacen. Habrá que recurrir a otro chiste de Condorito para que veamos los hilos de la manipulación y quizá un tercer chiste de Condorito nos enseñe que en realidad tenemos el poder, el derecho y la necesidad de producir cambios.

El drama del país es tener unos papas fritas como cerebros ilustrados, en su fritanga de soluciones al paso, nos conducen irremediablemente al muere. El drama del país puede terminar cuando los de abajo digan basta y asuman la tarea de reparar el techo, esté despejado o llueva. Soluciones ahora, debiera ser la consigna.


Acto II

Dialéctica de la botella

Definirle una botella a alguien que nunca la haya visto, puede resultar una tarea ardua para el definidor, Pero como no estoy hablando para extraterrestres, asumiré que todos saben que es y como es una botella. Toda botella para que sea tal debe ser un recipiente cilíndrico con un cuello, un sector más estrecho, por donde entra el líquido y por donde también sale. Asumimos que la botella sirve para contener un líquido y por lo tanto cuando no lo contiene tendemos a creer que está vacía, cuando en realidad una botella nunca está vacía, si no contiene líquido, contiene aire y muchas veces contiene estos dos elementos.

Sea para ser llenada o vaciada del líquido, la botella presenta un problema, por su cuello, para que entre líquido debe salir aire o si preferimos para que entre aire debe salir líquido. Esto en si no tiene mayor importancia que ilustrarnos, que no siempre vemos lo obvio y si esto se da en algo físico y palpable, con mayor razón se da en lo que es intangible o depende de los dichos y desdichos de las personas.

Así como en la botella no hay espacio vacío. En los laberintos del poder tampoco hay espacio vacío, aunque a veces hay dos o más elementos y creamos ver uno sólo.

Quienes están en el poder no son elementos ciegos al arbitrio de una ley, son los que hacen la ley y muchas veces (hablo de Chile) quienes la transgreden. Sucede que en las relaciones humanas, es la costumbre la que hace la ley, luego vienen algunos “entendidos” y la vuelven ley tangible con sus códigos y artículos que regulan una práctica muchas veces ya existente o que responden a una necesidad imperiosa.

¿Qué leyes puede haber en un país que transgredió sus leyes y sus prácticas con un golpe de estado? las que emanan de esa transgresión y de las prácticas impuestas por la excepción (la dictadura). A tanto tiempo de aquellos hechos y aquel periodo lleno de ocultos poderes, cuyas secuelas aún vivimos ¿qué puede haber que no sea un resultado de esa época y a la vez sea un tímido intento de algo distinto? es decir la botella está, en la creencia, vacía, cuando en realidad está llena de elementos distintos.

Se habla de dialéctica cuando observamos, en un fenómeno determinado, dos o más componentes en lucha, esta dinámica es lo que denominamos movimiento, este movimiento nos lleva al paso de un estado a otro, es decir hay un salto, una solución, momentánea, a un conflicto (en términos filosóficos). Como el movimiento es eterno, luego vendrán otros conflictos y otras soluciones. El ejemplo de la dialéctica de la botella a la vez que nos ilustra de que muchas veces tomamos como real lo aparente, también nos sirve para entender que no siempre movimiento es desplazarse, sobre todo es avanzar.

El asunto es saber cuanto hemos avanzado en estos tiempos de botella “vacía” o no llena con los ponzoñosos líquidos de la dictadura militar. Mucho, dirán los que creen que movimiento es desplazamiento y argumentarán en su favor adelantos técnicos o de infraestructura, por decir lo menos. Quienes sabemos que movimiento es avanzar, diremos que el país avanza poco, casi nada. Los ricos son cada vez menos, mucho más ricos; los pobres son cada vez más y más pobres. El país, a pesar de sus grandes ganancias, es cada vez más dependiente, perdemos capacidad de competir y paulatinamente nos transformamos en un país de servicios.

Sin embargo el país en si tiene recursos como para que todos pudieran disfrutar de un mejor pasar, como para ser independiente, como para acrecentar su propia industria. Los pobres, los excluidos, los descontentos, los que sufren la represión, los que luchan por cambios saben que algo anda mal, que algo huele a podrido y por ese camino no se puede continuar.

¿La solución? nada resolveremos con lamentaciones ni consultar las páginas amarillas ni mucho menos con aventurar ideas cargadas a la hiel o teñidas con el egoísmo de la mía es la que vale, la tuya no. La solución es una y miles a la vez, y no puede ser otra que la que emane de los intereses de la gente, de la acción de la gente que deja de ser espectadora para transformarse en actora. La solución no está en las declaraciones, está en los hechos. Es de la práctica que debemos sacar la fuerza para transformar la podrida realidad de una botella siempre llena, aunque creamos que está vacía.


Acto III

En los umbrales del edén

Cuando en el mundo hay casi siete mil millones de seres humanos, cuando de estos hay dos mil millones cuya única preocupación es sobrevivir, cuando hay más de dos mil religiones que dicen basarse en las enseñanzas de Jesucristo, cuando se reconoce la existencia de un estimado de 20% de la población mundial que no cree en la existencia de dios alguno, cuando estas religiones, sin base científica, nos aseguran una idílica otra vida más allá de esta, en un jardín llamado edén o paraíso, es imposible, ya sea por fe, por escapismo, por vana esperanza, no intentar imaginarse ese idílico jardín de las delicias. Como ejercicio mental resulta irrelevante figurarse como ha de ser ese edén, pues nada mejora en nuestras vidas actuales, pero sobre todo es una idiotez sufrir toda suerte de pellejerías en este mundo palpable para optar a una recompensa no palpable en un mundo incierto.

Sin embargo la idea está allí, impenetrable a las realidades decadentes del mundo moderno.

Y por estas razones, o a pesar de ellas, no es de religión, de mitología moderna o antigua ni de filosofía que quiero hablar, sino de la insoluble dificultad de que personas tan disimiles en creencias, en capacidades y en recursos pueden coincidir en una imagen, plenamente compartida, de lo que es el Edén.

Sin embargo la idea esta presente en el imaginario de la gente, y, en algunos espacios restringidos, tiene existencia concreta. Imposible saber cual es la idea exacta que de este ilusorio jardín tiene cada persona, pero en general se puede afirmar que cada cual tiene una idea que es lo más próximo a la felicidad, a la ausencia de conflictos que enturbien el vivir y su entrada en él es un acto solitario, pues se entra allí luego de morir y cada cual vive su muerte en absoluta soledad.

Quizá, por natural rebeldía, prefiero imaginar al pobrerío entrando, de pronto y todos juntos, a vivir en los barrios donde reina la belleza y la armonía y no se gastan energías en la sobre vivencia ni hay amenazas de que el mañana pueda ser mucho peor. En realidad estos jardines, estos Edenes terrenales existen para disfrute de unos pocos. La ciencia y la tecnología moderna se acerca a reproducir en gran escala y a veces en versión mejorada, todo cuanto existe. Los discursos del amor, los discursos de la cordura no alcanzan a tocar el sentir de la gente que habita estos jardines.

Las leyes del sistema que permiten la sobreabundancia para unos, crean la carencia absoluta para otros; las que posibilitan estos jardines para unos pocos, crean los páramos y favelas para los muchos. Sabemos que, salvo el movimiento, nada es eterno, que todo tarde o temprano cambia o se acaba. En este siglo asistimos al drama o hay cambio radical o hay fin de la vida, lo terrible es que la aceptación de esta verdad tiene dos grandes obstáculos: la resistencia de los que actualmente viven en el Edén y, paradojalmente, la resistencia de los que no viven en él, pues no creen que este espacio sea posible para ellos. Para unos la vida es tan buena que ningún cambio será mejor, para otros la vida es tan de miseria que ningún cambio será posible.

En un país donde los que se dedican profesionalmente a la política han corrompido el significado de ser político y hacer política, en un país donde los problemas se acumulan con la esperanza de que la solución la aporte el que viene después, en un país donde los señores del poder se dan el lujo de estar en guerrilla permanente contra los demás pues cada uno de ellos se siente con aptitudes para ser el capitán del barco, pero aun no se enteran de que el barco tiene dueños que duermen en Washington, en esta realidad ideológica, que abarca todo el quehacer nacional, estemos donde estemos, estamos en el umbral de algo que o puede ser peor o puede ser mejor, pero nunca igual aunque sea la repetición de lo mismo.

Nada es eterno, es la única verdad eterna. Un día saldremos del umbral, podría ser la certeza del que tiene fe, solamente que en momentos de vida o muerte no es la fe la que nos salva sino la rapidez para reaccionar. Saldremos del umbral cuando cada cual asuma que es parte de un todo en proceso de cambio, y que son nuestros actos presentes los que hacen posible que la realidad sea tal o cual mañana.

No quiero nada eterno, quiero un Edén para todos ahora, que mañana puede ser demasiado tarde.