miércoles, febrero 20, 2008

Cuando conocí a Fidel Castro

Miro en la televisión cómo pasa la imagen de Fidel Castro en fotografías que miran desde la pantalla a todo el mundo y todo el mundo lo mira. Él, Fidel, quien fuera un pequeño niño "nacido en cuna de oro", como decimos en Chile; un pequeño niño hermoso que va creciendo en secuencias, acaso menos rápidas que la vida misma. Y luego está allí, ese joven apuesto, voluntarioso, idealista y decidido; más tarde un revolucionario con su uniforme verde oliva y un eterno puro entre los labios, hasta volverse frente a nosotros, en menos de tres minutos, en el anciano de voz débil y estragado por la pátina de la vejez ineluctable que anuncia que "abandona". El tiempo le ganó por K.O. ¿O por puntos? ¿O por años, meses, "edades ciegas, siglos estelares"?

Lo recuerdo en Santiago de Chile, el año 1971, junto a Salvador Allende saludando nuestra "revolución en libertad" que devino en sangrienta dictadura militar apoyada y financiada por la Derecha chilena -hoy Renovación Nacional y UDI; gran parte de la Democracia Cristiana, que se hace la lesa, ahora, y por los Estados Unidos de Norteamérica off course. Ya no hay misterio; los documentos, antes secretos, ya fueron desclasificados hace rato, y la verdad se asoma con todo su patetismo. Pero en realidad lo que me importa es contarles a mis amigos y visitantes de este sitio cómo conocí, junto al rey Lear, a Fidel Castro, Fiel Fidel en la misma Cuba.
Así comienza mi historia:

—Levanten la mano todos los que quieran ir al encuentro con Fidel, mañana.
Silencio absoluto en el bus anclado en medio de la noche en la ciudad de Matanzas.
Regresábamos de una presentación de baile y música afrocubana. Habíamos visitado, entre muchos otros lugares históricos, la farmacia Triolet, traída desde Francia, cada madera, frasco y yerba; no sé por qué me recordaba la farmacia de Monsieur Homme, quien le vendió el arsénico con que Madame Bovary resolvió su vida.

—Y bueno, chico, levanten la mano todos los que irán al encuentro con Fidel. 22 personas. Los jurados y sus esposas.
—¿Y el esposo de la jurado? –preguntó el mío.
—También pues, Tomás –dijo Juan Meza-. El esposo de la jurado, también.
Y agregó:
Fidel quiere reunirse con el Jurado de Casa de las Américas 2000.

Al atardecer, después de mantener el misterio acerca del lugar en donde sería la reunión, y darnos vueltas hasta marearnos por toda La Habana, el bus se detuvo en el Palacio de las Convenciones. Todos íbamos emperifollados hasta el año entrante y en silencio. Cada quien traía en su memoria, imágenes del pedazo de historia que conoceríamos. Nos pidieron carteras, abrigos y cámaras. Los hombres eran inspeccionados por unos cubanos que ni te cuento. Hasta el gorro les quitaron a quienes se los ponían.

Antes de entrar a un gran salón, buscamos nuestros nombres en el plano de ubicación de la mesa presidencial. Aparecieron unos mozos buenos mozos ofreciendo diversos tragos. Tomás buscó su imperialísima coca cola y yo me dediqué al jugo de guayaba.

Un, dos tres, momia es. Después de dos horas de espera, todos de pie, nosotras arriba de los tacos, nadie se movía del lugar donde estaba y un hombre nos dibujaba sobre una cartulina. Me acordé de alguna película. De golpe se abrieron las puertas de par en par, como suele decirse, y entraron soldados o guardias, no sé muy bien qué serían, pero les aseguro que estaban bien armados y con unas caras que te las encargo, de ir a la pelea sí o sí.

Detrás de ellos, casi como una aparición de una estrella de cine, entró él, por fin, Fidel, fidelísimo en persona. Enorme, imponente, erguido, dueño de sí como un verdadero monarca.

Roberto Fernández Retamar, poeta de los más grandes después de Martí, fue presentando a los jurados, uno por uno. Saludo formal, apretón de mano, foto oficial. No alcanzó a decir Teresa Calderón cuando yo ya estaba enredada en sus brazos, dándole besos en las mejillas y diciéndole a gritos, qué emoción qué emoción, usted es un ídolo una leyenda, un héroe, ay, qué emoción, me voy a morir.
—¿Chilena? –me preguntó. (No sé por qué siempre me preguntan lo mismo).
—Síiiiiii, ¿cómo se dio cuenta? (yo ahora pensaba que Fidel además podía ser un mago y adivino).
—Porque las chilenas son así.
—¿Así cómo, a ver?
—¡Así!, y sonreía mirándome y moviendo sus manazas desde la nariz hacia los bordes de la cara, así como usted, terminó diciendo frente a la risa de todos los que allí esperábamos nuestro turno para ser presentados.

La presentación con Thomas Harris fue especial. La mirada en la fotografía lo dice todo, creo, pero ocurrió que se miraban sin soltarse las manos:
—Y usted, dice Fidel, es gringo, ¿qué hace aquí?
—Es chileno también, aclara Fernández Retamar, y además de poeta, quien ganara el Premio Casas hace dos años, es el marido de la poeta que le he ha hecho tantas gracias recién...
Thomas me contaba esa noche, mientras repasábamos cada episodio en nuestra memoria, que cuando le llegó su turno, se acordaba de cuando era chico en La Serena y su tía Laura le hablaba de Fidel Castro que se comía a los niños y mataba a las monjas y a los curas, esos curas iguales a los del Seminario Conciliar donde el niño Thomas iba a clases.

Luego se alejó un par de metros y empezó a hablar; nos miraba fijamente. No recuerdo bien qué decía porque yo estaba con cara de boba con la sonrisa pegada y los ojos abiertos como ruedas de molino, pasándome la película de estar frente a un hombre que seguía resistiendo a pesar de la evidencia cruel y absoluta que había derribado acaso para siempre toda utopía.

Sentados alrededor de una mesa gigantesca, con albos manteles bordados, cubiertos de plata, copas de cristal, vinos blancos y tintos, jugos sabrosos y perfumados, sirvieron la entrada: una naranja gigante, pomelo, en realidad, abierto arriba como cabeza destapada por un neurocirujano. Como nadie hacía nada, Fidel, tomó la cuchara y empezó a cavar adentro de la fruta. Desde luego todos hicimos lo mismo. Donde fueres, haz lo que vieres, recordé.

Casi a la hora de los postres, Fidel quiso saber cómo nos había ido al jurado. La pregunta activó a mi colega de Bolivia, cuyos bigotes nietzcheanos le daban un aspecto curioso a ese rostro de rasgos que delataban sus ancestros tan americanos:
—Al menos en ensayo hemos dado con la obra ganadora. Ciertas teorías feministas han demostrado que la obra a la cual me refiero se remite a Antígona, decía refocilándose en ese fluir discursivo que se oye a sí mismo.

El Presidente no lo dejó terminar y le preguntó irónico:
—Alguien me podría explicar lo que ha dicho este caballero, porque yo recién voy en La Odisea.

La mayoría intentó disimular, pero hubo otros, entre quienes me incluyo, que estallamos en un ataque de risa y guiños maliciosos.
Más tarde, un mozo abrió una caja de habanos, Fidel tomó uno y así fue ofreciendo a todos los comensales (ahora fumensales). Antes de llegar mi turno, el poeta cubano, sentado a mi lado, me pidió, dando por supuesto que yo no fumaba puros, que tomara uno de la caja de Fidel y después se lo diera a él.

Cuando el habanero me mostró la bandeja con varias cajas de madera con puros de distintos tamaños, yo haciéndome la loca, tomé 4, dos de la caja de Fidel y uno de las otras. Demás está decir que todos los puros se vinieron conmigo a Chile. Los de la caja de Fidel tuvieron su destino: uno en mi cofre de recuerdos y otro para el poeta maestro Miguel Arteche.

Durante el café, tres de la mañana, Fidel se levantó de la mesa porque en el salón contiguo lo esperaban desde hacía horas, un grupo de personas que estaban a cargo de la organización de un acto multitudinario que se llevaría a cabo al día siguiente. Se trataba de mostrarle al mundo que al niño Elián González se lo traían de regreso a Cuba sí o sí... No iba a quedarse en esa gusanera de Miami, así lo pronunció el presidente: Miami, la gusanera de Miami.

Yo me moría de sueño y miraban a este hombre que ya había cumplido todos los años, con cuerda para rato y una energía que se la quisiera un veinteañero. ¿Dormiría Fidel? Dijo que cuatro horas era tiempo suficiente para él, no se necesita dormir más, dijo, pero al parecer esa noche no dormiría ni siquiera una hora porque el acto de Elián sería muy temprano.

Y como un Cecil B. de Mille cualquiera, anunció que llenaría el Malecón con una marcha de mujeres: primero irían las madres, después las abuelas, y más atrás las hijas. Todas llevarían banderas cubanas y se preocuparían principalmente de mirar a las cámaras de la CNN, así todo el mundo vería cómo reclamaban los cubanos.

Terminó de hablar, se despidió y se puso de pie. En un arrebato de esos que me vienen cuando la razón se me ha quedado en la casa, tomé la tarjeta con mi nombre desde la mesa y corrí donde Fidel para que me la firmara.

Le dio mucha risa, mientras los soldados se acercaban a proteger al presidente de esta mujer, que sin portar armas ni malas intenciones parecía más peligrosa que mono con navaja abrazando y acosando al presidente.

Me miró con mucha dulzura y vanidad también, y me dijo:
—Pero niña, si eso es de artista de cine, cómo voy a andar firmando autógrafos –decía riendo con mayor fuerza.
—No será artista de cine pero lo parece, le dije. Además usted es un héroe y yo quiero tener su firma.
—Déjeme la tarjeta y se la mando mañana, dijo tratando de escapar a mi acoso.

Tomás me tiraba del brazo, y murmuraba algunas palabras que no le entendí. Todos los demás miraban en un silencio tan silencio que casi se oía.

—No, mañana es nunca, le dije, tiene que ser ahora, se lo ruego, plis, plis, plis.
—Me volvió mirar a los ojos, pasó su mano grande por mi pelo y respondió:
—¡Ay, estas mujeres que todo lo consiguen con sus moditos esos que tienen!

Y puso su firma en mi tarjeta y sus ojos dulces en mi corazón para siempre.

9 comentarios:

patricio mujica dijo...

Notable. Notable. Notable. Notable. Notable. Notable. Notable. Notable.



No sé qué más decir.

Notable.



Beso pa usté, querida.

Fortunata dijo...

Os deje un regalo en mi blog y aquí besos llenos de añoranza

Lila Magritte dijo...

Guauuuuuuuuuuuu!!!!!

Anónimo dijo...

"No, mañana es nunca, tiene que ser ahora..." Y como las Utopías siempre son mañana y mañana y mañana, como decía Macbeth, terminan en nunca. Y tal vez Fidel en su lucidez extrema, siempre lo supo. Pero si no combatimos ahora, si no pedimos que nos firmen, como lo hizo la tare la tarjetita del futuro irrealizable ahora, el mañana y mañana y mañana, serán aún más nunca. Dicen que las Utopias, el sueño de un mundo mejor, termina en realidades sangrientas. No lo sé. Pero somos sudacas, compadres, aunque me llame Thomas Harris y digan que tengo "pinta de gringo" y vean, vean como nos siguen humillando en España, en Suecia, y para qué decir en USA. Y aunque llegaron los barbaros y nos cercenaron los sueños, y creo que todo se resuelve o no en el Reino de Este Mundo, no hay que matar para siempre las Utopías en nuestros deseos, mejor las manos llenas de deseos que las manos vacíos del nihilismo o llenas de migajas del conformismo de las socialdemocracias neoliberales como la que padecemos, tibios y deslucidos, creyendonos jaguares cuando somos miserables gatos de campo.

Anónimo dijo...

hola tere; aquí dejando mi huella y mis cariñosos saludos.
De la pollito

Carlos Bennett dijo...

sin espacio para la no-envidia, me declaro exangue de pura sí-envidia. No comparto todo lo que fidel es, ni lo que dicen que es o no es, pero compartir con lo que sí es debe ser una catarsis inenarrable...pero tú lo lograste.
bien por eso.
un beso en el pescuezo.

Daniel dijo...

Tu relato transmite totalmente la idea de que ahora es uno de los recuerdos que mas atesoras en tu corazon. Gracias por compartirlo con todos nosotros.

Saludos

Prensa Libre
NYN.cl

Meigo, aprendiz de Druida dijo...

Un aexcelente anécdota y curiosa. Se nota quel ahas disfrutado y la sigues disfrutando. Conocí La Habana el año pasado.
Hermosa ciudad.
Un beso.

Fortunata dijo...

Se te echa de menos querida.....