Quiero compartir con ustedes, mis amigos de la red, esta historia personal, porque también forma parte de un fragmento largo y triste de nuestra historia de Chile, ocurrido hace 22 años.
¡Para que nunca más!
Imagínate lo que es que te traten durante años de loca y mentirosa
y de pronto eres otra vez un ser humano,
contando tu historia
para que todos la puedan escuchar.
Ariel Dorfman
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A Fernando Jerez, mi copiloto.
¡Oh, Susana, Susana, me muero por tu amor! El tema se ha repetido muchas veces y las parejas bailan, se ríen, cantan en la penumbra del departamento. Susana, Susana, I´m crazy loving you. A medida que avanza la noche, la música, el acercamiento de los cuerpos y el alcohol van haciendo su efecto, de manera que todos vamos al encuentro de nosotros mismos en ese espacio intermedio entre los deseos y la realidad.
Esa mañana me había levantado radiante. Estaba empezando a cumplir los 30, una edad que siempre había asociado a la típica vieja de mierda. De todas maneras, cuando decía: ¡qué vieja estoy! era de la boca para afuera, porque en realidad me sentía joven, casi una niña que con empeño y buena voluntad representaría 23.
Durante la mañana el ajetreo había sido intenso: compras en el supermercado, la torta al Mozart, y desesperarme porque mis cálculos demostraban que había invitado más gente de la que podía caber en el departamento de Pedro de Valdivia con Bilbao. Fernando, mi compañero, mi amor de entonces, me había regalado la fiesta y un juego de gargantilla, pulsera y aros de lapislázuli y oro. Me ayudó a ponerlos y me besó dulcemente. Nos amábamos de verdad.
Cerca de las nueve empezaron a llegar nuestros amigos invitados. Como era esperable, la mayoría se inclinó por líquidos que sobrepasaran los 40 grados, de modo que cuando llegó la hora de que me cantaran el cumpleaños feliz, después de las mañanitas, encabezadas por mi querido Poli, ya casi todos estaban bastante borrachos.
Desde los parlantes: ¡Oh, Susana, estoy crazy por tu amor! para un baile cuya felicidad y entusiasmo parecía de fin de mundo, como si fuera la última noche sobre la tierra.
Los primeros en llegar habían sido Pepe Rosasco y su mujer, Marilú, la Lulu. Ella bailaba tan maravillosamente, que todos nos hacíamos a un lado para mirarla: parecía que llevara todos los ritmos en la sangre y le palpitara la vida en la piel: Susana, susana, I´m crazy loving you.
Fernando sólo bailaba conmigo y me regalaba su amor. Estábamos felices y yo le agradecía esta fiesta.
Mi hermana Lila y doctor, como le decíamos a su marido Andrés, extrañamente, ese día, no andaban discutiendo y se dedicaron a pasarlo bien en una tregua que duraría algunos años más aún.
Algún invitado, según pude comprobar día siguiente, aprovechó la penumbra y la impunidad que le otorgaba el alcohol para escamotear desde mi biblioteca, la caja con los “Artefactos” de Nicanor Parra, en tanto una de mis primas se animó para pedirme un libro, del tipo préstamo sin devolución, tan de moda en todas las épocas. También desaparecieron algunos cassettes, pero aparte de eso, las cosas estaban yendo bien.
Por otra parte, mi padre había escrito en su columna semanal del diario La Tercera un artículo muy hermoso que titulaba “Una cigüeña muy audaz”, a través del cual me mandaba mensajes en clave. Yo, su hija mayor, al cumplir 30 años este 30 de marzo, de alguna manera, mal que le pesara, lo ponía, irrevocablemente, más viejo.
La ebullición alentada por el baile, la música y otros condimentos, mantenían en el límite del furor a la concurrencia. Sólo Carlos Cerda se veía preocupado. Explicó que Carmen Hertz había quedado de llegar a la fiesta apenas se desocupara de algunos asuntos de trabajo. Algo con la Vicaría, aclaró. Pero la hora pasaba y las bromas rebotando de un invitado a otro:
-Nadie trabaja los sábados en la noche. Perdiste, Charlie, te dejaron plantado, y frases así, se superponían a otras infaltables, tan estilo masculino.
Aunque él sonreía ante las bromas, era palpable su angustia, como si le hubieran dibujado ese gesto a la fuerza. Miraba la hora a cada segundo y prefería conversar sobre cualquier cosa para sentirse acompañado. Poli, por su parte, muy distinto de otras veces, no estaba en ánimo de fiesta y bebía su whisky en el silencio de un rincón oscuro del living. Después se supo todo: su padre agonizaba. Poli lo tenía muy claro. Casi lo había adivinado. Es probable que hubiera visto a la muerte que rondaba la calle Valencia desde hacía semanas. Don Luis Enrique Délano iba a cumplir el más triste de sus sueños: regresar del exilio para morir en Chile.
Carlos y Poli también habían regresado hacía poco tiempo de sus respectivos exilios: uno en Alemania y el segundo en México. Carmen, por su parte, una abogada impenitente, había entregado su vida todos estos años para encontrar a los desaparecidos, especialmente a su marido Carlos Berger, un connotado hombre de izquierda y abogado como ella.
Carlos Franz y Mariana, su joven esposa, con una historia nacida en la Escuela de Derecho entre códigos y pruebas solemnes, trajeron de regalo un libro de poemas de Fernando Pessoa y en menos de diez minutos me pusieron al día acerca de Alberto Caeiro y sus heterónimos famosos. Gonzalo Contreras se veía feliz de la mano de Francesca. Se iban a casar pronto, le contaban a Carlos y a Mariana.
Cuento aparte era doña Natasha Valdés, pero de los Valdés de Talca, demórate un poquitito. Mi amiga del alma y compañera de universidad, había llegado temprano para ayudarme en los últimos preparativos, pero encontró rápidamente algo mejor que hacer y se dedicó a su hallazgo toda la noche. Oh, Natasha, me muero por tu amor, le cantaba al oído el gran Hugo, gerente de una editorial alternativa, rendido ante los encantos de esa gata a quien yo llamaba princesa rusa en el exilio, por varias razones, especialmente por sus memorias, claro está. El escritorio se iba llenando de paquetes de regalos, barras gigantes de chocolates, perfumes, libros, flores, cajas de mazapán.
Sin embargo, la preocupación de Carlos iba en aumento. Algunos invitados se apartaron del baile y la fiesta, para enterarse de cierta información que se estaba filtrando, bastante pasada la medianoche, de manera confidencial, que se relacionaba con el secuestro de tres hombres, llamados claves en las filas del Partido Comunista. Nattino, Guerrero y Parada habían desaparecido ya hacía una semana y ningún organismo civil ni militar reconocía tenerlos.
El departamento sucumbía inundado de vapores humanos, música y humo de cigarrillos. Tres le la mañana. Carreras en la calle. Timbre. Carmen entra sin mirar a nadie y se interna por el pasillo hasta el dormitorio de mi hijo adolescente. Viene pálida. Sus labios blancos son dos pedazos de hielo y le tiembla la barbilla. Los ojos hinchados y rojos delatan que ha llorado. Algo está a punto de explotarle por dentro. Carlos la sigue. A Carlos lo siguen algunos invitados. Fernando y yo vamos al final del grupo.
-Carmen. ¿Qué pasó? Habla. Di algo, por el amor de Dios -la remecía Carlos por los hombros, haciéndola parecer una larga muñeca de trapo.
-Aparecieron -grita por fin.
-¿Dónde? -el coro que la había seguido.
-Camino a Pudahuel -dice gimiendo-. Los tres.
-¿Los tres?
-Sí, estaban juntos.
-¿Cómo juntos? -dice Carlos, pidiendo que le aclare.
-¿Muertos? -se atrevió a preguntar el marido de mi prima Gisela, mientras con las manos trataba de secarse el sudor de la frente que goteaba como un grifo abierto.
-¡Muertos! ¡Degollados! ¿Acaso no entienden las palabras? -chilló Carmen, ya casi sin poder controlarse y desató un prolongado sollozo entre los brazos de Carlos, quien la acunaba como a una niña que lo ha perdido todo.
Juntos en una zanja, todos confundidos en una sola sangre que ida a dar a la mar.
Yo estoy a punto de desmayarme: mi hijo, jugando con sus hámsters, mira como si escuchara una historia de terror salida de la imaginación de estos raros personajes escritores.
Alguien salió a tropezones de la pieza, encendió la luz y apagó la música. Con la voz entrecortada sintetizó el horror lo mejor que pudo y pidió que al día siguiente, en la mañana, se juntaran todos en la Plaza de Armas, frente a la Catedral.
-Nattino era un inocente, era mi amigo, -me dice Fernando, con la mirada perdida en el dolor. Yo tomo su mano y lo abrazo. ¡Qué se podría decir! Toda palabra se vuelve inútil ante algo así. Todos los sabíamos.
Un largo silencio se apoderó de la sala, traspasó la nube de humo y se metió en el alma de todos los que mirábamos sin poder creer. Nadie se atrevía a hablar ni a moverse. La escena se había congelado. Algunos quisieron retirarse, otros llenaron sus vasos.
-Los muertos a su muerte, dijo alguien y los vivos a vivir bailando. Y continuaron con mayor intensidad que al comienzo de la noche.
Cuando el ventanal filtró la luz del nuevo día, varios héroes de guerra que no desertaban seguían la conversa; en tanto, la borrachera se había llevado algunos débiles a dormitar en los sillones. Yo tenía miedo porque era miedosa de nacimiento, además, ahora, con mayor razón. Me sentía muy cansada, desolada, quería que se fueran todos de una vez. Esto de cumplir treinta se dejaba notar, no como antes que era capaz de amanecerme para seguir la fiesta.
-Ferni, tengo sueño, que se vayan -le pedía yo, con mi cabeza apoyada en su hombro y abrazada a su cuerpo.
Eran los tres mosqueteros que habían quedado en pie -tambaleándose con el vaso de whisky entre los dedos temblorosos- apoyaban su borrachera contra el estante de libros alzado junto a la muralla del comedor y especulaban acerca de las coincidencias: los 30 años de la Techi; el 30 del tercer mes y los 3 degollados. Y ellos mismos, los 3 amigos, Poli Délano, Fernando Jerez y Jorge Calvo, hablando de la magia del número 3. Además habían sabido a las 3 de la mañana, caramba.
Entonces juraron, como los niños cuando hacen promesas serias y profundas y las sellan con las manos golpeando unas sobre otras, que cada uno escribiría un cuento con lo sucedido. Tres meses sería el plazo para juntarse a intercambiar sus relatos.
-Tú también podrías participar, me dijo Jorge. Al fin y al cabo es tu cumpleaños.
-¿ Yo?, no -dije riendo. Nada que ver ¿cómo se te ocurre?
-¿Pero, por qué no? -me preguntó.
-Porque no sabría cómo escribir este cuento.
Imagen: La Danza, de E. Munch
21 comentarios:
Espero que sea cierto que tengas muchos regalos pero no ma malas noticias.....
Impactante.....
Besos
Yo también estaba ese día. Siempre lo recuerdo con el mismo estremecimiento.
leo la historia y un cuchillo de frío y de silencio atraviesa-rasga-rompe
esta mañana luminosa y tranquila.
quiero pensar :
eran otros días,
otra edad , otro tiempo
ya no sucederá
ya no es preciso buscar
hasta la madrugada.
vivimos de los ecos,
en esta edad indefinida y plena
en la que mirada y palabras
ya no pueden herir .
besos
Therese, nuestro querido Heraldo ha conseguido la letra de la canción:
La versión original la canta ART COMPANY I
SUZANNA.
We sit together on the sofa
With the music way down low
waited so long for this moment
It's hard to think it's really so
The door is locked there's no one home
They've all gone out we're all alone
Su-sanna, Su-sanna
Su-sanna I'm crazy loving you
I put my arm aroud her shoulder
Run my fingers through her hair
It's a dream I can't believe it
It took so long it's only fair
And then the phone begins to ring
And a strangers voice on the other end of the line
Says oh, wrong number, sorry to waste your time
And i think to myself,
Why now,
Why me,
Why.......
Su-sanna, su-sanna,
Su-sanna, I'm crazy loving you
Su-sanna, Su-sanna,
Su-sanna, I'm crazy loving you
Again I sit myself beside her
Try to take her hand in mine
The moment's gone, the feeling's over
She looks around to find the time
Then she says could we just sit and chat
And I think well that's that
Susanna, Susannna,
Susanna, I'm crazy loving you
Still we sit here on the sofa
With the stereo on ten
The magic's gone, it's a disaster
There seems no point to start again
She says I think I'd better go
She says goodbye and I say... NO!
Su-sanna, Su-sanna,
Su-sanna, I'm crazy loving you
Su-sanna, Su-sanna,
Su-sanna, I'm crazy loving you
I'm so crazy loving you.
Mil gracias a Fortunata, Lila, Colombine y al notable Heraldo de Aragón que han pasado por aquí a compartir sus impresiones y conmociones.
¿Alguien habrá visto al Infante de Mondragón?
Quisiera invitarlo a mi cumpleaños.
Colombine es taaaaaaaaan poéeeeeeeeetico, hasta para opinar.
Ay, qué emocionante...
La música, que se oye divinamene, ha sido obra del Heraldo, quien la rescató del tiempo y la envió para ilustrar y dar atmósfera a este cuento.
Ya escribiste el cuento y se parece a la vida.
mi querida doctora : he conocido gracias a la indiscreción de alguna de sus colaboradoras que muy pronto celebrará su cumpleaños . ¿es eso posible ? ¿ es que sigue usted cumpliendo años?. es una circunstancia que ni siquiera había imaginado , mi bella y joven doctora , pues en su caso parece que el tiempo pasara de largo y la olvidara siempre . pero si insiste usted , debe ser así. si le apetece le ofrezco para la fiesta el Palacio de Mondragón , nuestra casa familiar . Se da la circunstancia que mi anciano padre está tomando aguas en un balneario bávaro.padece una afección nerviosa y necesita mucha tranquilidad. aprovechando la circunstancia y con la máxima discreción , podríamos utilizar el palacio para su fiestecita . ya tengo allí unos músicos de mi orquesta ensayando . espero su respuesta . siempre suyo . E.I.M
Ay, queridísimo Infante de Mondragón, tan caballero que lo han de ver. ¿Piensa usted que el tiempo pasa de largo por mí. ¡Ohhhhhhh, que dulce sois, noble Infante!
Debo deciros que acepto encantada que celebremos mi cumpleaños en vuestro palacio de Mondragón. ¡Qué lástima lo de anciano padre! Me habría gustado mucho conocerlo, y de paso, le habría aplicado algunas tarjetitas del test de Rorchard. ¿Usted sabe? Deformación profesional.
Le pediré, entonces, a mi adorada Eloise que se encargue de la organización de la fiesta: lista de regalos, invitados, etc.
¿Cree usted, noble y encantador Infante que necesito una libreta de baile, o debo destinarlos todos a vos?
¡Ahhhhh, lo más importante!: ¿cuánto dinero necesitáis para encargar la organización de mi fiesta.
Vos poned la cifra, a suma alzada, que os enviaré el doble para que no se diga después que anduvimos con regateos. Ya sabemos, vos y yo, que nada hay más ordinario que andar hablando de problemas económicos...
Se trata de, como decimos en Chile, echar la casa, perdón, su palacio por la ventana
Su Dortora Therese
se hará como deseáis . decid a vuestra eloise que contacte conmigo y enseguida empezaremos a organizar la fiesta . había pensado que fuese una fiesta elegante , con mucho "glamour" como ahora aquí . podría advertir a sus amistades más cleptómanas ( esas que le desvalijaron en su anterior cumpleaños) que se quedaran en casa pues mi anciano padre es muy celoso con sus cosas y quiero que no se entere de esta celebración . creo que estaría bien que las damas vinieran con sus mejores joyas eso , además de realzar su natural belleza y dar mayor lucimiento a la fiesta , tiene la doble utilidad de poder jugarnoslas a las cartas ( las joyas , se entiende) cuando la fiesta empiece a decaer . ya le encargué a eloise unas cuantas barajas preparadas.
Siempre vengo, pero no alcanzo a dejar comentarios.
Soy el gran ojo de oro que todo lo ve.
Un abrazo.
Por los días del retorno, Rolando Cárdenas y yo oficiábamos de comisión de pórtico para los que regresaban.
Cuando no había retornados por recibir, inventábamos seres alados de vestiduras celestes que venían con pífanos y timbales.
A su vez, inventábamos países imaginarios con amigos imaginarios que venían de vuelta.
Quizá era la manera de combatir la tristeza de las ausencias de los amados amigos...
Y beber ceremoniosos vinos en medio de las noches de los "cuchillos largos".
Un abrazo.
Viva la vida, ha regresado el gran Mentecato, pura poesía y belleza...
Mis cariños inmensos para ti
¡Qué hermosa historia de niños grandes que siempre juegan como lo hacían tú y nuestro común amigo, Rolando Cárdenas, que estará en el cielo cantando en su guitarra "corazón de escarcha". ¿Lo escuchaste alguna vez?
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se le invita
se le espera
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"El lado obscuro de mis latidos"
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http://www.klau2.blogspot.com
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Querida Therese:
Me parece increíble que nuestros caminos no se hayan cruzado en el pasado. Cuando vagabundeaba con Rolando, quizá ustedes eran demasiado peticitas.
Con Rolo (así lo llamaba Coppola), cantábamos en los baños de los bares de mala muerte y, siempre, calle abajo, de amanecida, rumbo a nuestros domicilios (vivíamos sólo a unas cuadras de distancia).
Muchas veces lo pasaba a dejar a su habitación (me interesaba también ir allí, porque tenía de vecinita a una muchacha rusa bellísima de cabellera casi blanca de rubia que era). La primera vez que estreché la mano de la rusa sufrí convulsiones de amor y salté como sapo enamorado.
En otra ocasión, lo invité a comer, de madrugada, una merienda chilenísima a mi casa (porotos del sur con longaniza del sur, más ajíes rojos picantísimos que hacíamos rodar por el plato como capas de torero. Y perfumada la garganta con un vino denso, terráqueo, maldiciente, ladino, enamoradizo, lisonjero, que me habían enviado desde mi provincia natal).
Recitamos y cantamos. De pronto, Rolando me dijo: "Me gustaría suicidarme". "Por qué", le pregunté un tanto asombrado. "Porque quiero morir feliz después de este condumio del sur".
Fue en esa oportunidad que le oí un comienzo de un poema que no sé si estará por ahí publicado:
"El día que yo me muera, estoy pensando, será un día de lluvia. Ni mis padres ni mis hermanos sabrán que yo me muero: ellos continuarán contemplando el mar en la lejanía de mi provincia..."
Un abrazo a ustedes en el recuerdo de un gran amigo y poeta.
¡¡¡Mentecato es genial!!!
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Teresa:
Y te das cuenta que la ciudad se lo traga todo? Y que ahora solo hay un hoyo esperando ser penetrado por otro edificio, con su conserje de miradaneutra y otro ejecutivo joven que no tiene puta idea de que ahí se baleo y secuestró?
Qué tienen que decir los que están desde un palco favorecido por la indiferencia y la modernidad, con las manos todavía manchadas con la conciencia sucia?
Keka o Angie
Angie querida, así es la vida, así pasa todo ante nuestra mirada atónita.
Y tras la paletada nadie dijo nada.
Yo recuerdo el día en que fue el secuestro desde la puerta del colegio, y también el trágico destino del otro profesor que quiso interponerse al secuestro y quedó para siempre con una bala adentro de su cuerpo.
Creo que él se fue del país finalmente.
Bueno, ese y muchos otros son nuestros horrores y errores de los que nadie parece querer hacerse cargo.
Hola, la verdad es que me dejó helado esta historia. Tamaña tragedia y hubo quienes siguieron la borrachera... no los juzgo por eso, aunque pienso que yo no hubiera podido. Saludos, Pablo.
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