(Tributo a Rodolfo Valentino, Video: Aaron 1927)
CRÓNICA
No tengo hogar, no tengo mujer que me ame desinteresadamente, no tengo hijos y tampoco tengo un amigo sincero. Sólo tengo un perro que me amaría aún si yo no fuese quien soy. He equivocado el camino, soy un fracasado. Me siento terriblemente solo y prisionero de un personaje que me sofoca.
(Rodolfo Valentino en una declaración poco antes de su muerte).
El viejo mundo reaparecía
Y aguzaba las armas para entrar en la segunda guerra.
Los enviados celestes sermoneaban desde el púlpito
contra el desenfreno del Tango – la octava plaga-
que empezaba a propagarse en la Sodoma del turno.
Fue entonces cuando asomaron
en el imponderable telón de Hollywood
unos ojos de almendra,
un par de intensos ojos asesinos
garantía de salvajes relaciones.
De villano exótico a galán de tomo y lomo
dispuesto a no dar tregua a las fantasías eróticas
de ensolimanadas lánguidas damas,
el Sheik había traspasado las fronteras de la ficción.
Su exuberancia lujuriosa causaba estragos
entre jovencitos de modales ambiguos
ataviados de pedrería a imagen y semejanza del astro.
Se instalaron sin miramientos
en un dancing exclusivo. Era Chicago del 26.
Sus detractores-cuentan las crónicas-
arguyeron toda clase de raciocinios
especulando que la fascinación ejercida
configuraba un carácter netamente feminista.
En tanto, la seducida muerte afilaba sus cuchillos
y en un rapto de celos lo hirió a mansalva.
Treinta bellas aseguraban su embarazo indiscutible.
Pola Negri salía de un desmayo para caer
sin consideración en el siguiente
y una docena de hermosas cruzaba el Aqueronte
disputándoselo.
Las que quedaron medio vivas medio muertas
se asociaron al Club de Viudas de Rudy.
Quién más, quién menos lloraba a Juan Gallardo,
a Julio Desnoyers, al espléndido príncipe persa
en los funerales de la centuria
que traían más gente que el presidente Lincoln
según lamentaba un comentarista neoyorkino.
Quince Camisas Negras fueron enviados
como guardia de honor junto al féretro
por un Mussolini que esgrimía a Valentino
como aquel que había hecho más
por el acercamiento entre Estados Unidos e Italia
que generaciones de diplomáticos.
Ahora, muerto de veras,
iluminado por otros reflectores,
el mundo despedía para siempre
al de los ojos de almendra,
intensos ojos asesinos,
villano erótico, latino agresivo
garantía de salvajes relaciones.
¡Ay, Rodolfo Valentino!
descendiente directo de los dioses,
hijo dilectísimo de Júpiter.
CRÓNICA
No tengo hogar, no tengo mujer que me ame desinteresadamente, no tengo hijos y tampoco tengo un amigo sincero. Sólo tengo un perro que me amaría aún si yo no fuese quien soy. He equivocado el camino, soy un fracasado. Me siento terriblemente solo y prisionero de un personaje que me sofoca.
(Rodolfo Valentino en una declaración poco antes de su muerte).
El viejo mundo reaparecía
Y aguzaba las armas para entrar en la segunda guerra.
Los enviados celestes sermoneaban desde el púlpito
contra el desenfreno del Tango – la octava plaga-
que empezaba a propagarse en la Sodoma del turno.
Fue entonces cuando asomaron
en el imponderable telón de Hollywood
unos ojos de almendra,
un par de intensos ojos asesinos
garantía de salvajes relaciones.
De villano exótico a galán de tomo y lomo
dispuesto a no dar tregua a las fantasías eróticas
de ensolimanadas lánguidas damas,
el Sheik había traspasado las fronteras de la ficción.
Su exuberancia lujuriosa causaba estragos
entre jovencitos de modales ambiguos
ataviados de pedrería a imagen y semejanza del astro.
Se instalaron sin miramientos
en un dancing exclusivo. Era Chicago del 26.
Sus detractores-cuentan las crónicas-
arguyeron toda clase de raciocinios
especulando que la fascinación ejercida
configuraba un carácter netamente feminista.
En tanto, la seducida muerte afilaba sus cuchillos
y en un rapto de celos lo hirió a mansalva.
Treinta bellas aseguraban su embarazo indiscutible.
Pola Negri salía de un desmayo para caer
sin consideración en el siguiente
y una docena de hermosas cruzaba el Aqueronte
disputándoselo.
Las que quedaron medio vivas medio muertas
se asociaron al Club de Viudas de Rudy.
Quién más, quién menos lloraba a Juan Gallardo,
a Julio Desnoyers, al espléndido príncipe persa
en los funerales de la centuria
que traían más gente que el presidente Lincoln
según lamentaba un comentarista neoyorkino.
Quince Camisas Negras fueron enviados
como guardia de honor junto al féretro
por un Mussolini que esgrimía a Valentino
como aquel que había hecho más
por el acercamiento entre Estados Unidos e Italia
que generaciones de diplomáticos.
Ahora, muerto de veras,
iluminado por otros reflectores,
el mundo despedía para siempre
al de los ojos de almendra,
intensos ojos asesinos,
villano erótico, latino agresivo
garantía de salvajes relaciones.
¡Ay, Rodolfo Valentino!
descendiente directo de los dioses,
hijo dilectísimo de Júpiter.
3 comentarios:
¡Qué hermoso! La recreación es de una urdimbre plena de destellos.
Te seguiré leyendo en un momento más.
Esas recreaciones son, para mí, un hilo conductor hacia las narraciones. Algo tengo pensado sobre la famosísima batalla de Las Termópilas y la gran traición de Efialtes.
Sí me encantaría escribir, sobre todo, basándome sobre actores y actrices del cine antiguo. Hubo en Chile una revista, "Ecran", que hablaba de los filmes y sus protagonistas. Aún tengo ejemplares desde 1943 hasta 1960.
Paso noches enteras alucinado leyendo y releyendo sus páginas de viejas magias.
Ruego que no perdamos nuestra comunicación.
Un abrazo desde la belleza de Chile.
Hermoso homenaje a una figura seductora y misteriosa.
Abrazos.
Saludos dede el Imperio Azteca. Todo espectacular.
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