Se juntaron a las cinco de la tarde, en punto de la tarde en el lugar de siempre. Eran las cinco en todos los relojes. Ella llegó unos minutos tarde porque el metro, el gentío, la ciudad. Él la esperaba en una mesa con la botella de vino blanco helándose en la cubeta de hielo, los daditos de queso fritos con mermelada y el pollo al pil-pil. Ella lo abrazó como siempre, con ternura, con amor, con dulzura y debía empinarse para alcanzar su boca y llenarlo de besos, como siempre.
Como siempre, bebieron, se miraron, se gritaban con la mirada todo el deseo que estaba acumulado en el centro mismo del centro del alma. Cuando están juntos, las horas pasan demasiado rápido. Él como siempre le dijo que estaba muy bella y ella se puso como una niña coqueta y sus ojos de pájaro feliz brillaban como nunca. Él guapo, dulce y tierno dijo: vamos.
Y partieron caminando como siempre al lugar de siempre. Otra vez las horas pasaron demasiado rápido y ella empezó a sentirse triste, porque aunque es una maga, no se la puede con el tiempo. Él, que es un rey, dio la orden al tiempo: deténte, y el tiempo obediente con él, como ella, se detuvo en sus cuerpos que se agitaban y temblaban de deseo.
Oigo y obedezco le dice siempre y le gusta que sea poderoso, que dé órdenes e instrucciones, que decida por ella.
El amor fluía como siempre desenfrenado como las palabras de sus bocas. A ella le gusta hablar cuando hacen el amor, y después beben, fuman y se ríen. Ellos se aman en la oscuridad. Son como insectos que escapan de la luz y quieren ser eternos.
Del palacio de la plenitud, volvieron al lugar de siempre. Ya no les preguntan qué quieren beber o comer, simplemente los ven llegar de la mano, felices y enamorados y les tienen una mesa reservada donde ya vienen con lo mismo de siempre para ellos, los mismos de siempre.
Salieron tarde de allí, ella no quería regresar a casa, y él la llevó a vagar por la ciudad iluminada: el club de jazz, donde se besaron sin compasión, y ella le apretaba las duras piernas de rugbista por debajo de la mesa, mientras él la buscaba por debajo del vestido. La mujer que cantaba de maravillas les dedicó un tema: para los enamorados, dijo, y se rieron y aplaudieron avergonzados de ser tan evidentes, pero todos los que allí estaban también rieron y aplaudieron.
¡Qué cosa tan rara es esto del amor! Pero no hay que comprenderlo, hay que amar al amor mientras dure. Nada hay más frágil y huidizo que el amor, ya lo saben ellos; tuvieron que aprenderlo a golpes de la vida; él y ella ya lo han aprendido y por eso cuidan como un cristal preciado este regalo de la vida, una nueva oportunidad sobre la tierra...
Ahora sólo falta ir a buscar el libro, la segunda parte de "El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha", que a ella se le quedó en el velador de ese lugar sagrado con espejos y luces, sábanas blancas y huellas de eternidad de los instantes.